Antes de establecer cualquier cultivo, tanto en ecológico como en convencional, es muy importante conocer con qué tipo de suelo agrícola contamos. Esto es así porque cada planta tiene unos requerimientos específicos (en cuanto a suelo, clima, agua, etc.) que debemos proporcionarle si pretendemos maximizar nuestra producción.
Tipos de suelos para el cultivo
Podemos utilizar varios parámetros para clasificar los tipos de suelos, pero los más interesantes son la textura (tamaño y la naturaleza de las partículas), el pH y el contenido en nutrientes.
Tipos de suelos según la textura
Los suelos se componen de un conjunto de partículas que se diferencian en función de su tamaño: arena, entre 0,01 y 0,1 milímetros; limo, entre 0,001 y 0,01 mm; y arcilla, menos de 0,001 milímetro. Así, en función del tipo de partícula que predomine, podemos caracterizar el tipo de suelo.
De las cantidades relativas de cada una de estas partículas dependen aspectos tan importantes como el drenaje del suelo o su capacidad para retener nutrientes.
Los suelos arcillosos tienen elevados contenidos de arcilla. Son suelos con que drenan mal, por lo que los riegos deben espaciarse en el tiempo para evitar encharcamientos que pueden dañar las raíces. En este tipo de tierra es recomendable incorporar mantillo en el momento de la plantación para esponjar el suelo y facilitar la circulación de aire.
En los suelos arenosos predominan las partículas de arena. Drenan fácilmente, por lo que no retienen bien los nutrientes, que son arrastrados por el agua. Deben regarse con frecuencia y conviene añadirles abonos de lenta liberación, para minimizar la pérdida de nutrientes en los riegos.
Los suelos limosos, también llamados de albero, suelen presentar un nivel de compactación alto, lo que reduce la capacidad de circulación del aire, muy importante para la salud de las raíces, y la infiltración del agua. Esto los convierte en suelos difíciles de manejar.
Los mejores suelos para la agricultura son los suelos francos, ya que tienen una proporción equilibrada de arcilla, arena y limo. Mantienen un buen equilibrio entre drenaje y retención de agua y nutrientes, por lo que son fáciles de cultivar.
Nivel de pH
Además de la textura del suelo, es importante conocer su nivel de pH, ya que condiciona la solubilidad de algunos elementos nutritivos que deben absorber las raíces.
El pH puede estar comprendido entre 1 y 14, pero en el 99 % de los casos estará entre 3 y 9.
De esta forma, se clasifican en suelos ácidos, con un pH inferior a 7, básicos o alcalinos, con pH superior a 7 y neutros, con un pH de 7.
Contenido de nutrientes
Un aspecto muy importante para caracterizar los tipos de suelos agrícolas es su contenido en nutrientes. Un suelo óptimo para el cultivo debe contener los nutrientes necesarios para el crecimiento vegetal. Estos nutrientes se clasifican en macronutrientes primarios (nitrógeno, fósforo, potasio), macronutrientes secundarios (calcio, magnesio, azufre) y micronutrientes (boro, cloro, cobalto, cobre, hierro, manganeso, molibdeno y zinc). Los macronutrientes primarios son los más importantes y los que la planta absorbe en mayor cantidad, por lo tanto, la carencia de cualquiera de ellos puede afectar seriamente a nuestra cosecha.
Para compensar el déficit en nutrientes del suelo que trabajemos debemos aportar abonos. Estos pueden ser de tres tipos: orgánicos (procedentes de seres vivos), químicos o minerales y órgano-minerales (que contienen elementos minerales y orgánicos, combinando la acción lenta de los abonos orgánicos con la acción rápida de los minerales).
Entre los abonos orgánicos que podemos utilizar destacan los estiércoles, guano, gallinaza, compost, turba y la leonardita, sustancia rica en ácidos húmicos y fúlvicos que aporta considerables beneficios para el suelo y la planta, facilitando el enraizamiento y la germinación de semillas, entre otros.
Conocer las peculiaridades de cada tipo de suelo agrícola es muy importante para tener éxito en nuestro cultivo. Determinará la especie vegetal que podemos cultivar y los cuidados específicos que debemos aplicarle. Mediante un análisis de laboratorio podemos determinar la textura, el nivel de pH y el contenido en nutrientes de nuestro suelo, lo que nos ayudará a manejarlo correctamente.